El viborezno
Se
desliza contra el musgo del guijarro mientras el día parpadea a través de los
postigos. Una gota de agua podría ser su tocado, dos ramitas su ropa. Alma que
pena por un pedazo de tierra y un bancal de boj, es, al mismo tiempo, el diente
maldito e inclinado. Su oponente, su adversario, es el alba que, tras haber
palpado el cubrecama y sonreído a la mano del durmiente, deja caer su horca y
huye al techo del cuarto. El sol, que llega después, lo engalana con labio
goloso.
El
viborezno seguirá frío hasta la muerte numerosa, pues que, por no ser de
ninguna parroquia, pasa por asesino ante todas.
René
Char
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