El lagarto
Por
fin,
a
cabo de tantos años,
agarrado
a la pared,
en
tu casa
encontré
al
lagarto
No
se quería
mover,
pero
sí me miraba,
mimetizándose
entre
columna
y
columna,
como
esperando
que
no le viera
Tan
lento como la buena memoria
abría
y cerraba los ojos
Muy
útil tener uno en la casa:
come
moscas y malos momentos
De
ambos alimenta
la
lucidez de sus escamas
Limpia
el aire
concentrando
sus esfuerzos
en
el noble concepto de ‘muda’
Me
decías
que
a menudo
el
lagarto,
tras
una calmada
y
ordenada danza
casera,
consigue
tumbar
las paredes
y
el piso se vuelve
una
vez más
aquella
selva
lujuriante
que
es todo origen
Se
le devuelven luz y humedad
a
plantas y pensamientos
El
lagarto
te
acompaña fiel
en
la caza
de
nuevas visiones
Y
ya no hay niebla
en
la mente
Ya
no hay síntesis malogradas
ni
amargas,
aquí
Solamente
espacio
para
pasos
que
alejan
del
desierto
Oasis
carnal
e
impalpable
a
la vez
Etéreo
imperceptible
canto
Agua
pintada
de fruta jugosa.
Annelisa
Addolorato
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