lunes, 30 de diciembre de 2024

El lagarto

Por fin,

a cabo de tantos años,

agarrado a la pared,

en tu casa

encontré

al lagarto

 

No se quería

mover,

pero sí me miraba,

mimetizándose

entre columna

y columna,

como esperando

que no le viera

 

Tan lento como la buena memoria

abría y cerraba los ojos

 

Muy útil tener uno en la casa:

come moscas y malos momentos

 

De ambos alimenta

la lucidez de sus escamas

 

Limpia el aire

concentrando sus esfuerzos

en el noble concepto de ‘muda’

 

Me decías

que a menudo

el lagarto,

tras una calmada

y ordenada danza

casera,

consigue

tumbar las paredes

y el piso se vuelve

una vez más

aquella selva

lujuriante

que es todo origen

 

Se le devuelven luz y humedad

a plantas y pensamientos

 

El lagarto

te acompaña fiel

en la caza

de nuevas visiones

 

Y ya no hay niebla

en la mente

 

Ya no hay síntesis malogradas

ni amargas,

aquí

Solamente espacio

para pasos

que alejan

del desierto

 

Oasis carnal

e impalpable

a la vez

 

Etéreo

imperceptible

canto

 

Agua pintada

de fruta jugosa.

Annelisa Addolorato

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martes, 24 de diciembre de 2024

La vida del pajarillo

Se posa en la rama y desciende
en un abrir y cerrar de ojos
cantando. Jamás se cansa
de desplegar las alas, jamás reposa.
Salta de matorral en matorral
como si agujas tocase,
persiguiendo, sin buscar a fugitivo alguno,
sin buscar un objetivo,
con la agilidad del niño en su infancia
que en él es la agilidad de la vida,
bebiendo a buchadas.
¿Quién asustará al pájaro prudente?
Se acerca a la nube, y cae
anunciando al jardín la lluvia.
¡Por Dios! ¡Qué terrible montura
y qué débil el malvado jinete!
Voló siendo niño, voló siendo viejo
entre los jardines y los estanques.
Informaron sus pupilas de la madurez de los frutos,
de quien regó el grano, de quien sembró.
¡Las fuentes de agua no están lejanas
y no están vacíos de frutos los jardines!

Abbas Mahmud al-Aqqad

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martes, 17 de diciembre de 2024

Prevenciones sobre el armadillo y otras billeteras

Cuidado,
surge el armadillo entre la desertúrica polva
y puedes confundirlo con una enorme y calcárea cochinilla,
averigua bien,
levanta su capota indestructible,
hallarás garras aguileñas,
en las manillas de una capibara sucia,
busca afanoso,
observarás también la cola, una serpiente bajo carne,
equivocada en su transcurso,
descubre la cabeza de un canino acorazado,
unas orejas de gamo calvifrento,
verás una panza cocodrila.

Que no te confunda la quimera,
mustio, agachitambo,
es más terrible que leontarios y tigroces,
un armadiio, es una piedra caminante,
y tropezará tus alientos, tus pesquisas,
se alimentará de tus miedos
y encerrará tus preguntas con las uñas de su espalda.

Vuelto la roca del yingyang,
roca flamínea,
podrá emular tu rostro.

El armadiio pudo haber robado todo,
incluso el sabor de animallas distantes,
pero esta bestuza que colecciona tanto
sólo muerta posee tu dineralia.

José P. Serrato

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martes, 10 de diciembre de 2024

El viborezno

Se desliza contra el musgo del guijarro mientras el día parpadea a través de los postigos. Una gota de agua podría ser su to­cado, dos ramitas su ropa. Alma que pena por un pedazo de tierra y un bancal de boj, es, al mismo tiempo, el diente maldito e inclinado. Su oponente, su adversario, es el alba que, tras haber palpado el cubrecama y sonreído a la mano del durmiente, deja caer su horca y huye al techo del cuarto. El sol, que llega después, lo engalana con labio goloso.

El viborezno seguirá frío hasta la muerte numerosa, pues que, por no ser de ninguna parroquia, pasa por asesino ante todas.

René Char

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miércoles, 4 de diciembre de 2024

Canción sioux de los animales

Sobre la tierra
canto por ellos,
una nación de caballos,
canto por ellos.
Sobre la tierra
canto por ellos,
los animales,
canto por ellos.

Anónimo

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miércoles, 27 de noviembre de 2024

Goriot, el padre

Si en la rama posa un pájaro
amigo, calado hasta los huesos
por el agua ácida.
Si en la rama canta un tigre
solo, sin su casta numerosa
a mano.
Si en la rama muere un lobo
dorado, con los dientes perfectos.
Si en la rama frente a la ventana
del padre
piden por favor un poco de leche
de vino, un poco de desconfianza
ante la ley irresistible
llama al padre, ponle la vista
en ese fuego, espera
su respuesta muda
temblando como una mujer
como cualquier criatura
en su desvalimiento.

Sigfredo Ariel

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jueves, 21 de noviembre de 2024

En el fondo forestal del día

 El acto simple de la araña que teje una estrella en la penumbra,

el paso elástico del gato hacia la mariposa,
la mano que resbala por la espalda tibia del caballo,
el olor sideral de la flor del café,
el sabor azul de la vainilla,
me detienen en el fondo del día.

Hay un resplandor cóncavo de helechos,
una resonancia de insectos,
una presencia cambiante del agua en los rincones pétreos.
Reconozco aquí mi edad hecha de sonidos silvestres,
de lumbre de orquídea,
de cálido espacio forestal,
donde el pájaro carpintero hace sonar el tiempo.

Aquí el atardecer inventa una roja pedrería,
una constelación de luciérnagas
una caída de hojas lúcidas hacia los sentidos,
hacia el fondo del día,
donde se encantan mis huesos agrestes.

Vicente Gerbasi

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jueves, 14 de noviembre de 2024

De la proporción de los animales

El estudio no menos y el cuidado

que pusiste en humanas proporciones,

a cualquier animal representado

aplicarás por partes y razones;

al corzo ligerísimo, al venado,

pero en particular a los leones

con fuerte garra y con lanudas crines,

y cierta ley de rigurosos fines.

 

El hermoso lebrel, el crudo alano

pintado, ser de grande ornato hallo;

el jabalí espantoso, el tigre hircano,

y otros en grande número que callo;

mas sobre todo ten siempre a la mano

el bizarro dibujo del caballo,

con que tanto enriquece la pintura

el aliento, el caudal y la hermosura.

Pablo de Céspedes

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viernes, 8 de noviembre de 2024

Ternera acosada por los tábanos

podría describirla

¿tenía nariz ojos boca oídos?

¿tenía pies cabeza?

¿tenía extremidades?

sólo recuerdo al animal más tierno

llevando a cuestas

como otra piel

aquel halo de sucia luz

 

voraces aladas

sedientas bestezuelas

infamantes ángeles zumbadores

la perseguían

 

era la tierra ajena y la carne de nadie

 

tras la legaña

me deslumbró el milagro mortecino

la víspera el instinto la mirada

el sol nonato

 

¿era una niña un animal una idea?

 

ah señor qué horrible dolor en los ojos

qué agua amarga en la boca

de aquel intolerable mediodía

en que más rápida más lenta

más antigua y oscura que la muerte

a mi lado

coronada de moscas

pasó la vida

Blanca Varela


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domingo, 3 de noviembre de 2024

Tortuga

Todo parece inmóvil: el viento, la danza de las hojas.
El agua quieta como una losa. Un follaje de lama
vegeta en la pila antigua. Todo parece inanimado: la vida.
Dos ojos enajenados, tremebundos, se asoman casi de piedra.
Coraza convexa, granujienta, murmullo de un muro a cuestas.
Sus tardos muñones mueven un suave ocio eremita.
Todo parece nirvana: la muerte, la entraña.
Suspiro de provectos días: la casa, la cuna, la fosa.

Pedro Xavier Solís Cuadra

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domingo, 27 de octubre de 2024

Fieras en la batalla

Se utilizaron toros en esa guerra.
Se adiestraron feroces jabalíes.
Los leones precedían al ejército;
expertos domadores se ocupaban de ellos,
teniéndolos a raya con sus látigos
y apaciguando sus impulsos.
Mas de nada sirvió, porque las fieras,
al producirse el choque y la matanza mutua,
locas en medio de la confusión,
enardecidas por la sangre recién derramada,
se lanzaron furiosas a uno y otro lado,
sembrando el pánico en las filas,
sin respetar amigos ni enemigos.
Su rugido se oía por todas partes.
Un león saltaba al rostro del soldado más próximo,
lo derribaba de su montura y, abrazado con él,
en el suelo, le hundía las potentes mandíbulas
en el cuello, haciendo trizas su armadura
con la afilada garra de acero.
Otro, pacientemente, desgarraba un cadáver
hasta el hueso, con avidez y glotonería.
Los toros, que venían detrás, arremetieron
contra los domadores, lanzándolos al aire
y hollándolos con sus pezuñas. Con los cuernos,
bajando las cabezas, abrían el costado y el vientre
de infantes y caballos, o hacían surcos en la tierra
con gesto amenazador y hocico babeante.
También los jabalíes enloquecieron:
fuera de sí, cargaban contra sus amos,
y sus dientes hacían presa en las varoniles gargantas.
Los caballos, para evitarlos, se ponían en pie,
golpeando el aire con sus cascos delanteros:
hubierais visto cómo caían, seccionadas las patas,
aplastando la tierra con su peso.

Tito Lucrecio Caro

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lunes, 21 de octubre de 2024

 La noche 

La noche en la montaña mira con ojos viudos
de cierva sin amparo que vela ante su cría;
y como si asumieran un don de profecía,
en un sueño inspirado hablan los campos rudos.

Rayan el panorama, como espectros agudos,
tres álamos en éxtasis... Un gallo desvaría,
reloj de media noche. La grave luna amplía
las cosas, que se llenan de encantamientos mudos.

El lago azul de sueño, que ni una sombra empaña,
es como la conciencia pura de la montaña...
A ras del agua tersa, que riza con su aliento,

Albino, el pastor loco, quiere besar la luna.
En la huerta sonámbula vibra un canto de cuna...
Aúllan a los diablos los perros del convento.

Julio Herrera y Reissig

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lunes, 14 de octubre de 2024

Salmo de las bestias en reposo

Vosotras sois el origen de mis manos sobre el mundo,

el brillo de mis ojos frente a la piel de la noche,

y el nacimiento de mi voz entre los árboles ocultos.

En vuestra carne mis sentidos aprendieron a escuchar la lluvia,

el fuego y la brisa que deja su falda de golondrinas

en mi casa agrietada como la frente de un pastor antiguo.

En la mañana inicial de los metales y los peces,

cuando los campanarios vivían en su materia pura,

y la música apenas maduraba en los ramajes crepusculares,

vuestras pisadas inauguraron las grandes extensiones de la nieve,

el ligero latido del agua y la menuda fragancia del césped.

Vosotras sois el arco de mis hombros, la bóveda de mis axilas

y la única verdad que me lleva hacia el amor y el sueño.

Yo siento vuestra sangre recorrer mis huesos,

la honda vestidura de mis venas y los desfiladeros de mi alma,

como un carruaje de mujeres que atraviesa los montes

en busca del perfume, de los venados y de los espejos lejanos.

 

En la delgada marea de mis cabellos,

en la corteza apagada de mis uñas, en el musgo de mis sienes,

vosotras cantáis la infancia de las remotas campesinas

que tuvieron una bandeja de frutas sobre su mesa,

y dieron de comer a los mendigos, los labriegos y los pájaros

disueltos sobre la llanura solitaria de mi pecho.

 

Los grandes valles del aceite y del mármol,

de las espigas en su esencia pura, de las flores en una sola rosa,

aromaron vuestros párpados, en las hondonadas de sol inmenso,

sobre la yerba titilante y cubierta de cielo,

como una doncella dormida bajo la desnudez de la aurora.

 

Todo lo que en mis vísceras palpita y anhela la eternidad

en el rostro del niño más pequeño, o en la piel del ave más liviana,

estuvo en el marfil reposado de vuestros esqueletos.

Oh, cuidadoras de mis dientes, de mi palabra sobre el tiempo,

ahora vosotras estáis en lo más puro de mi vida,

en los hondos libros milenarios, en los pocos amigos verdaderos,

en la mansedumbre de mi perro y en la noche de las ciudades

cuando mi cuerpo asiste a su fiesta de amor y tristeza.

 

Yo os presto, en estos días grises, la lámpara de mis ojos

para que veáis la hermosura de mi Patria,

sus grandes tajamares de montañas y colinas esmaltadas,

sus campos de mariposas y naranjas desprendidas de los mapas,

sus inmensos ríos de linaje misterioso y profundo,

sus selvas que despiertan el sexo y la melancolía,

y sus costas donde el mar, infante de escudo transparente,

crea balcones de espuma para las hijas de los pescadores.

 

En esta ardiente comarca de llanuras patriarcales,

de arbustos que elevan su perfil de abejas hacia la luna,

reviven las mismas laderas que escucharon vuestros pasos,

cuando las lentas estaciones del hielo y sus sales silvestres

os trajo a mi tibia gruta poblada de dibujos misteriosos.

Oh, creadoras de mi llanto, de los vivos ramajes de mi pelo,

vosotras sois el principio de mi materia,

el secreto canto de mis poros, la plegaria de mis brazos,

y el silencio de la noche sobre mi garganta

y el corazón de los bosques inclinados en las tinieblas.

Juan Manuel González

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martes, 8 de octubre de 2024

Nocturno

Cri, cri, cri! El canto de la carcoma trabajando

en el silencio de la noche,

entre libros alineados

como soldados, en los anaqueles antiguos.

Soldados de la fe, del arte, de la ciencia,

heraldos del amor, que ostentan una flor

rociada de llanto;

cri, cri, cri! Sumiso y lento canto.

 

Canta a las estrellas el grillo, y su verso parece

el chirrido del carro del Tiempo en el universo.

Oh cuánta calle, cuánta, bajo el empedrado luciente!

el fin no se ve; y los doctos no saben nada.

 

Desdentada y ronca, en la humedad,

ríe la rana, hasta desternillarse,

estupefacta de que un poco de agua aniegue

al mundo, y ella, sobrenadando,

lo sacude, lo sumerge y lleva a flote.

 

Notas más altas expresa el búho en el bosque,

y por aquel su: “Quién, quién” voz infantil

que implora: Oh Luna, baja a salvarme, pronto!

 

Y la luciérnaga, cuando, guía al seto en flor

a los pequeños perdidos, a citas de amor.

Durante el día pobrecitas, van por el mundo cansadas;

pero el hombre no las ve, y las aplasta con el pie.

 

También yo siento agitarse algo en mí;

tal vez me es de gran alegría, pero más a menudo de tormento;

y si vuelvo a ver el cielo, me parece que quiere

salir y salir, salir, salir!

Giusepe Antonio Pasquale

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martes, 1 de octubre de 2024

Kwabenya

Vivir en Kwabenya
Y estar sin un burro europeo
Es realmente retornar a la gente del pueblo
Ser uno con el grillo
Ser uno con el conejo
Ser uno con la mantis religiosa
La rana, la liebre y el tronchador
Y en ese contexto
Movilidad es igual a
Tu destino (mientras el cuervo vuela)
Dividido por la posibilidad de conseguir un levantamiento
Multiplicado por la posición corriente del sol
Multiplicado por la filosofía de la tortuga
Dividido por la geometría territorial del caracol
Más el 'ser o no ser'
Protocolo político del camaleón.

Atukwei Okai

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miércoles, 25 de septiembre de 2024

Muerte de una rana

Mataron a una rana,
los niños alzaron las manos formando un corro,
todos juntos,
alzaron pequeñitas
y ensangrentadas manos.
Salió la luna.
Encima del cerro se yergue una persona.
Hay un rostro debajo del sombrero.

Sakutaro Hagiwara

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miércoles, 18 de septiembre de 2024

El sapo

Majestuoso sobre una hoja de nenúfar
está sentado un Buda verde húmedo
con ojos como joyas,
frío y confiado
con las plantas trepadoras
y animales descendentes.
Tu verrugosa sabiduría
que te estira la piel
y la boca que se ensancha
en una dolorida sonrisa de viejo
le dice a cada niño que tu reino
es verdaderamente de este mundo.
¿Quién se atreve a adorarte?

Harald Sverdrup

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viernes, 13 de septiembre de 2024

Caricatura del sapo

De lo más fresco.
Sarcástico.

Boca dando saltos,
buzón acuático.

Pobre
corneta afónica.
Músico despedido
de la sinfónica.

Arturo Corcuera

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jueves, 5 de septiembre de 2024

El buey

Es pesado; es tardío; y hasta cuando está suelto
parece que llevara algo de arrastro.
Camina torpemente,
como si siempre fuera uncido a la carreta;
como si le estorbara
el pedazo de sexo que le falta.

Camina torpemente pero jamás tropieza,
y entre sus cuernos en forma de cuna
parece que al andar acunara al Progreso.

Su pelo, negro o blanco, es opaco y es sucio;
en cualquier estación tiene pelo de invierno.

Su vida está partida en dos mitades,
como de arriba abajo:
de ternero a buey;
por eso
sin haber sido padre tiene mucho de abuelo.

De mañana, de tarde, se aburre a toda hora;
pero cuando se aburre más que siempre
en ausencia del hijo que nunca tuvo
se acaricia a si mismo con dos palmos de lengua.

Es tan inofensivo como su sombra
y a su sombra buena
procrean las palomas y los pájaros mansos
como riéndose de él.

Es bueno, más que bueno;
no tiene ni un pecado y sin embargo
se castiga los lomos con la cola
como con un cilicio.

El arado es su perro y es el yugo su cruz.
La claridad del día lo sorprende en el campo,
soplando humo de aliento a lo largo del surco.
Es tan madrugador, que todas las mañanas
por entre sus cuernos se levanta el sol.

Fernán Silva Valdés

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viernes, 30 de agosto de 2024

Glosa de las vacas

Guárdame las vacas,
carillejo y besarte he;
si no, bésame tú a mí,
que yo te las guardaré.
En el troque que te pido,
Gil, no recibes engaño;
no te muestres tan extraño
por ser de mí requerido.
Tan ventajoso partido
no sé yo quién te lo dé,
Si no, bésame tú a mí,
que yo te las guardaré.
Por un poco de cuidado
ganarás de parte mía
lo que a ninguno daría
si no por don señalado.
No vale tanto el ganado
como lo que te daré.
Si no, dámelo tú a mí,
que yo te las guardaré.
No tengo necesidad
de hacerte este favor,
sino sola la que amor
ha puesto en mi voluntad.
Y negarte la verdad
no lo consiente mi fe.
Si no, quiéreme tú a mí,
que yo te las guardaré.
Oh, cuántos me pedirían
lo que yo te pido a ti,
y en alcanzarlo de mí
por dichosos se tendrían.
Toma lo que ellos querrían,
haz lo que te mandaré.
Si no, mándame tú a mí,
que yo te las guardaré.
Mas si tú, Gil, por ventura
quieres ser tan perezoso,
que precies más tu reposo
que gozar de esta dulzura,
yo, por darte a ti holgura,
el cuidado tomaré.
Que tú me beses a mí,
que yo te las guardaré.
Yo seré más diligente
que tú sin darme pasión,
porque con el galardón
el trabajo no se siente;
y haré que se contente
mi pena con el porqué.
Que tú me beses a mí,
que yo te las guardaré.

Cristóbal de Castillejo

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viernes, 23 de agosto de 2024

La vaca de la luna

Es el atardecer. No hay ola en la mente, no hay prisa, ni tiro. Después de una sola llamada típica han llegado dos hermanos tranquilos
con hojas rotas en la boca.
El aire-la sombra-la luz solar es indiferente: no hay ola, no hay prisa, ni tiro.
Ato a los dos hermanos bueyes impasibles con mucho cariño a la madera de la carreta. El coche se mueve con gestos tranquilos.
Los bueyes llevan el olor de las hierbas de los campos,
al tocarlas la respiración de aquellas hierbas llenan la mano.

En los caminos debajo de las sombras de los árboles queda
el arbusto triste de cedoaria blanda
un día sacaré el almidón azul
desde sus raíces.
Pero olvido..

En el estanque perezoso de la luz, este país es como un corcho que
flota ligero.
Las nubes se han ido lejos con las olas pequeñas
se ha ido lejos la felicidad
¿la tristeza? también está al margen.

La carreta de los bueyes... el nebuloso movimiento gris de los bueyes...
en el entorno de las vacas que no desean nada, la luna sale...
el campo enmudeció de arena toda la noche...
se mueve la huella de la rueda inmóvil sobre la arena blanca
-la rueda del coche- la rueda de la luna.

Monindra Gupta

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sábado, 17 de agosto de 2024

Las nuevas hierbas primaverales

Por oler tantos nuevos aromas

Un becerro se aleja de su madre

Poco a poco.

Mai Van Phán

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domingo, 11 de agosto de 2024

La piel de la vaca negra...

La piel de la vaca negra está tendida,

tendida sin ser puesta a secar,

tendida en la sombra séptupla.

 

¿Pero quién ha matado a la vaca negra,

muerta sin haber mugido,

muerta sin haber bramado,

muerta sin haber sido perseguida

por esta pradera florecida de estrellas?

 

Hela aquí que yace en mitad del cielo.

 

Tendida está la piel

sobre la caja de resonancia del viento

que esculpen los espíritus del sueño.

 

Y el tambor está listo

cuando se coronan de gladiolos

los cuernos del becerro recién nacido

que salta,

y pasta las yerbas de las colinas.

 

Allí resonará

y sus encantamientos se volverán sueños

hasta el momento en que la vaca negra resucite,

blanca y rosa,

ante un río de luz.

Jean-Joseph Rabearivelo

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domingo, 4 de agosto de 2024

Canción de cuna de los elefantes

El elefante lloraba
porque no quería dormir…
-Duerme, elefantito mío,
que la luna te va a oír…

-Papá elefante está cerca;
ya se le oye mugir;
duerme, elefantino mío,
que la luna te va a oír…

El elefante lloraba
(¡con un aire de infeliz!),
y alzaba su trompa al viento…
Parecía que la Luna
le limpiaba la nariz…

Adriano del Valle

lunes, 29 de julio de 2024

Así es

El cielo es de cielo,
la nube es de tiza.
La cara del sapo
me da mucha risa.

La luna es de queso
y el Sol es de sol.
La cara del sapo
me da mucha tos.

María Elena Walsh

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lunes, 22 de julio de 2024

Me han traído una caracola

Dentro le canta
un mar de mapa.
Mi corazón 
se llena de agua
con pececillos
de sombra y plata.

Me han traído una caracola.

F. G. Lorca

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martes, 16 de julio de 2024

Puntos a una vaca

Estática.
Una flor diminuta sin su tallo.
Una estampa de lago en su quietud.
Solo acechante.
Muy sola se la ve. Paciente espera
-derroche de empatía con el mundo-.
A su propio compás se le movían
las líneas transversales que cromaban
su cuerpo del color del infinito.
Una silueta al fin está observando.
Muerte fiera en la jungla de su asfalto.
La fuerza de la vida en alimento.
Sus alas aletean. No respira.
Silencio mi verbo.
Ninguno de mis músculos hará
que su hermosura pierda gallardía.
Nos separan acaso dos misterios.
Expectantes notamos que se acerca.
Yo por ese reflejo de este sol,
qué atraviesa las hojas, en su cuerpo.
Ella, por mil sistemas adquiridos.

Sin saberlo agoniza mientras llega.
Cerca se intuye
una mota, mosquito diminuto.

Arco tenso, perfil negro de muerte,
le dispara su cuerpo al atrevido.
Disparo yo mi lente y se ha perdido
su fulgor de sonata por la nada.
Regresa –coordenadas- flor sin tallo.
Acompaño el festín hasta la tarde.
Hasta que arden los rayos de este sol
llevándose en sus oros despedidas.
Yo que le dije adiós, o un hasta siempre.
Ella me aleteó muy comedida.
(M.G.B.)

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miércoles, 10 de julio de 2024

Un abrevadero

Un abrevadero
donde cada día
van a llorar
todas mis vacas.

Óscar  Aguado

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jueves, 4 de julio de 2024

El mono sabe lo nuestro

El mono sabe lo nuestro
nuestro escondite de hombre
las canciones que no nos gustan
las yemas de los dedos esculpidas
en la comida basura
sabe lo nuestro
conoce el miedo que sufrimos
a que sean libres los demás.

Óscar Aguado

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viernes, 28 de junio de 2024

Elegía a la muerte de un perro

La quietud sujetó con recia mano

al pobre perro inquieto,

y para siempre

fiel se acostó en su madre

piadosa tierra.

Sus ojos mansos

no clavará en los míos

con la tristeza de faltarle el habla;

no lamerá mi mano

ni en mi regazo su cabeza fina

reposará.

Y ahora, ¿en qué sueñas?

¿Dónde se fue tu espíritu sumiso?

¿no hay otro mundo

en que revivas tú, mi pobre bestia,

y encima de los cielos

te pasees brincando al lado mío?

¡El otro mundo!

¡Otro… otro y no éste!

Un mundo sin el perro,

sin las montañas blandas,

sin los serenos ríos

a que flanquean los serenos árboles,

sin pájaros ni flores,

sin perros, sin caballos,

sin bueyes que aran…

¡el otro mundo!

¡Mundo de los espíritus!

Pero allí ¿no tendremos

en torno de nuestra alma

las almas de las cosas de que vive,

el alma de los campos,

las almas de las rocas,

las almas de los árboles y ríos,

las de las bestias?

Allá, en el otro mundo,

tu alma, pobre perro,

¿no habrá de recostar en mi regazo

espiritual su espiritual cabeza?

La lengua de tu alma, pobre amigo,

¿no lamerá la mano de mi alma?

¡El otro mundo!

¡Otro… otro y no éste!

¡Oh, ya no volverás, mi pobre perro,

a sumergir los ojos

en los ojos que fueron tu mandato;

ve, la tierra te arranca

de quien fue tu ideal, tu dios, tu gloria!

Pero él, tu triste amo,

¿te tendrá en la otra vida?

¡El otro mundo!…

¡El otro mundo es el del puro espíritu!

¡Del espíritu puro!

¡Oh, terrible pureza,

inanidad, vacío!

¿No volveré a encontrarte, manso amigo?

¿Serás allí un recuerdo,

recuerdo puro?

Y este recuerdo

¿no correrá a mis ojos?

¿No saltará, blandiendo en alegría

enhiesto el rabo?

¿No lamerá la mano de mi espíritu?

¿No mirará a mis ojos?

Ese recuerdo,

¿no serás tú, tú mismo,

dueño de ti, viviendo vida eterna?

Tus sueños, ¿qué se hicieron?

¿Qué la piedad con que leal seguiste

de mi voz el mandato?

Yo fui tu religión, yo fui tu gloria;

a Dios en mí soñaste;

mis ojos fueron para ti ventana

del otro mundo.

¿Si supieras, mi perro,

qué triste está tu dios, porque te has muerto?

¡También tu dios se morirá algún día!

Moriste con tus ojos

en mis ojos clavados,

tal vez buscando en éstos el misterio

que te envolvía.

Y tus pupilas tristes

a espiar avezadas mis deseos,

preguntar parecían:

¿Adónde vamos, mi amo?

¿Adónde vamos?

El vivir con el hombre, pobre bestia,

te ha dado acaso un anhelar oscuro

que el lobo no conoce;

¡tal vez cuando acostabas la cabeza

en mi regazo

vagamente soñabas en ser hombre

después de muerto!

¡Ser hombre, pobre bestia!

Mira, mi pobre amigo,

mi fiel creyente;

al ver morir tus ojos que me miran,

al ver cristalizarse tu mirada,

antes fluida,

yo también te pregunto: ¿adónde vamos?

¡Ser hombre, pobre perro!

Mira, tu hermano,

ese otro pobre perro,

junto a la tumba de su dios, tendido,

aullando a los cielos,

¡llama a la muerte!

Tú has muerto en mansedumbre,

tú con dulzura,

entregándote a mí en la suprema

sumisión de la vida;

pero él, el que gime

junto a la tumba de su dios, de su amo,

ni morir sabe.

Tú al morir presentías vagamente

vivir en mi memoria,

no morirte del todo,

pero tu pobre hermano

se ve ya muerto en vida,

se ve perdido

y aúlla al cielo suplicando muerte.

Descansa en paz, mi pobre compañero,

descansa en paz; más triste

la suerte de tu dios que no la tuya.

Los dioses lloran,

los dioses lloran cuando muere el perro

que les lamió las manos,

que les miró a los ojos,

y al mirarles así les preguntaba:

¿adónde vamos?

Miguel de Unamuno


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