sábado, 11 de enero de 2020



A Sirio,  mi perro

Oh, sí lo sé, buen ‘Sirio’, cuando me miras con tus grandes ojos profundos
yo bajo hasta donde tú estás, o asciendo a donde tú estás
y en tu reino me mezclo contigo, buen ‘Sirio’, buen perro mío, y me salvo contigo.
Aquí en tu reino de serenidad y silencio, donde la voz humana nunca se oye,
converso en el oscurecer y entro profundamente en tu mediodía.
Tú me has conducido a tu habitación, donde existe el tiempo que  nunca se pone.
Un presente continuo preside nuestro diálogo, en el que el hablar es el tuyo tan sólo.
Yo callo y mudo ye contemplo, y me yergo y te miro. Oh, cuán profundos ojos conocedores.
Pero no puedo decirte nada, aunque tú me comprendes… Oh, yo te escucho.
Allí oigo tu ronco decir y saber desde el mismo centro infinito de tu presente.
tus orejas largas suavísimas, tu cuerpo de soberanía y de fuerza,
tu ruda pezuña peluda que toca la materia del mundo,
el arco de tu aparición y esos hondos ojos apaciguados
donde la Creación jamás irrumpió como una sorpresa.
Alli, en tu cueva, en tu averno donde todo es cénit, te entendí, aunque no pude hablarte.
Todo era fiesta en mi corazón, que saltaba en tu derredor, mientras tú eras tu mirar entendiéndome.
Desde mi sucederse y mi consumirse te veo, un instante parado a tu vera,
pretendiendo quedarme y pertenecerme.
Pero yo pasé, transcurrí y tú, oh gran perro  mío, persistes.
Residido en tu luz, inmóvil en tu seguridad, no pudiste más que entenderme.
Y yo salí de tu cueva y descendí a mi alvéolo viajador, y, al volver la cabeza, en la linde
vi, no sé, algo como unos ojos misericordes.

Vicente Aldeixandre

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