He dormido esta
noche en el monte
con el niño que
cuida mis vacas.
En el valle
tendió para ambos
el rapaz su raquítica manta,
¡y se quiso
quitar -¡pobrecillo!-
su blusilla y
hacerme una almohada!
(…)
¡Me daba una
lástima
recordar que en
los campos desiertos
tan solo pasaba
las noches de
junio
rutilantes,
medrosas, calladas,
y las húmedas
noches de octubre,
cuando el aire
menea las ramas,
y las noches del
turbio febrero,
tan negras, tan
bravas,
con lobos y
cárabos,
con vientos y
aguas!...
(…)
He pasado con él
esta noche,
y en las horas de
más honda calma
me habló la
conciencia
muy duras
palabras…
Y le dije que sí,
que era horrible…,
que llorándolo el
alma ya estaba.
El niño dormía
cara al cielo con
plácida calma;
la luz de la luna
puro beso de
madre le daba,
se lo puso mi
boca en su cara.
Y le dije con voz
de cariño
cuando vi clarear
la mañana:
“¡Despierta, mi
mozo,
que ya viene el
alba
y hay que hacer
una lumbre muy grande
y un almuerzo muy
rico!...¡Levanta!
Tú te quedas
luego
guardando las
vacas
y a la noche te
vas y las dejas
¡San Antonio
bendito las guarda!
Y a tu madre a la
noche le dices
que vaya a mi
casa,
porque ya eres
grande
y te quiero
aumentar la soldada…”
J. M. Gabriel y
Galán
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