miércoles, 11 de enero de 2012

FATY




Los ojos legañosos
y las patas traseras renqueantes,
tan famélico, Faty,
que así te bauticé por cruel recochineo
cuando Dani te trajo de la calle
aquel día de agosto.


Desde aquel biberón
que a punto estuvo entonces
de acabar con tu mínima existencia
(glotón, te atragantaste)
hasta hoy, cuántas gracias,
melindres, arrumacos, ronroneos y mimos,
caricias, travesuras...


Diez años han pasado de convivencia mutua.
Cuando estoy o estás triste lo sabemos,
me entiendes y te entiendo,
me quieres y te quiero.
De ningún modo creo ese tópico tonto
que dice que los gatos
se quieren a sí mismos solamente.


Porque cuando te hablo
dejan de ser erráticos tus ojos
y en sus pocillos veo
bracear los sentimientos como náufragos,
y sólo se desvían tus pupilas
al no hacerse milagro la palabra.


En un cojín tumbado,
mientras escribo miras.
Te das la vuelta y buscas la postura adecuada.
Con los ojos cerrados, las manitas dobladas
y el rabo recogido, tal vez sueñes
que cazas un gorrión
caído del alero o que persigues
las lagartijas listas que te regalan colas...


Yo sé bien que te gustan las caricias
y que las saboreas
cual si fuesen pequeños roedores.
Mas, ahora no quiero despertarte.
Sólo decirte quiero
que sin tu compañía no sería yo el mismo,
tu vida me ha ensanchado el corazón.


Y perdóname, amigo, que hoy no te cepillé.
Yo a cambio, te perdono esa manía añeja
de hurgar en el cajón de la mesilla
para sembrarme el cuarto de calcetines negros
en ratonil safari.


Félix


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