domingo, 26 de enero de 2025

La lagartija

De la niñez, sólo recuerdo
una nerviosa lagartija.
De tanto sol sobre su espalda,
parecía de vidrio hecha.

Entre piedras y papagayos,
aparecía en el jardín.
Tal vez quisiera ver el mundo
o desearme un día bueno.

Este saurio diestro y paciente
que convierte el sol en diamante
me hace alabar la maravilla
oculta en la infancia distante.

Pues cosa grande, para un hombre,
es sentir, que al nacer su vida,
toda la belleza del mundo
estaba en una lagartija.

Lêdo Ivo

Imagen:https://www.blogger.com/

lunes, 20 de enero de 2025

Fábula

Ruiseñor,
te envía saludos la serpiente.

Dice que le gusta como cantas.
Le parece injusto que la retraten junto a plantas nucleares
como en “Dioses que apuestan…” de Mettler.
Prefiere aparecer como la bufanda de Lord Krishna
o abrazada a una amiga, como dos chicas que, entre risas,
comparten una copa en el logotipo de una farmacia antigua
—mezcla del Caduceo y la copa de Higia—

Mudar de piel:
rejuvenecimiento constante,
cobre que no se oxida.

“El hecho de retratarme junto a la planta nuclear
es una condena, Rui
como si una clase social estuviera destinada
a permanecer ad aeternum sin movilidad;
es determinista, conservador, predecible,
es escribir como te dijeron que se hacía,
como viste que se hacía”.

Rui, te envía saludos la serpiente,
le parece que semejante trino
que hace llorar de liberador y cosquilloso
es el adecuado para la oda que ella merece,
una oda que revierta su prestigio
inmerecido e indeleble: el gran tatuaje
del prejuicio que le endilgaron
por superstición y odio. Quizás por eso
se enamoró de tu trino, Rui
“con tu poesía me siento amada y defendida”

Serpiente:
el ruiseñor te devuelve los saludos.

Germán Carrasco

Imagen:https://www.blogger.com/

domingo, 12 de enero de 2025

La iguana

Cuidaba de no pisarla,
sobre todo en la noche
cuando se movía a sus anchas por la casa.
Era una diminuta iguana
de color negro,
llegada allí sin mayores explicaciones,
y que parecía un broche perdido
por alguna dama rica.
Durante el día
sus hábitos cambiaban
y era común verla, inmóvil,
con sus manitas y patitas de goma,
asida al muro o al espaldar de un mueble,
ausente de temor alguno,
como un huésped cumplido
que paga la renta.
A veces acariciaba su cabecita
llena de quién sabe qué pensamientos,
seguramente tan frágiles e insensatos
como los que hilan en la nuestra
el desfile de nuestros fantasmas.
De cabeza a cabeza,
quizá las diferencias no sean muchas
y todo al final consista
-dudas, terrores, alegrías, angustias, suertes -,
en cómo sobrevivir
sin convertirte
en tu propio, temible, enemigo.
Vuelta casi un objeto más
pasaba allí las horas,
impávida,
hasta que aguijoneada
por algún impulso repentino
escapaba
hacia la rendija de luz
que de repente encontraba
en el interior de sí misma.

Elkin Restrepo

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lunes, 6 de enero de 2025

Lagarto

Pero estoy a punto de volver a los días donde me quemaba
al sol, un lagarto comiéndose el calor, con la boca dirigida al cielo
y los ojos cerrados, el cuerpo rugoso y pesado
plácidamente sostenido en la rompiente del verano, justo en el punto
donde alcanza su máximo poder para después empezar
a declinar. Es ahí donde estoy llegando: al tiempo en que nada
había empezado todavía a marchitarse, cuando entre los yuyos
del fondo crecía una flor salvaje, y verla daba miedo y alegría,
porque era espléndida, de una belleza que no se parecía en nada
a la de las flores nacidas y criadas en el jardín, que apuntaban
altaneras hacia la lejanía pero eran domésticas,
no sabían de los montes desmesuradamente
fértiles en que los árboles de troncos deformes, los animales
hoscos vivían por el sólo placer de seguir vivos, de respirar
el aire que quedaba a salvo de la polvareda y la sequía. Estoy
empezando a sentir lo que sentí entonces, el trueno que sacude
a las criaturas amansadas a la fuerza, el silbido en el aire
que precede a la caída de la fusta sobre el lomo, el segundo
en que empieza a cultivarse la posibilidad de la revuelta
que va a ir filtrándose en la médula y en los huesos
como un líquido parecido a una savia espesa esparciéndose
desde el corazón implacable de un árbol cuya madera es tan fuerte que resiste sin daño el ataque de los hacheros. Estoy llegando al día anterior a que empezara el desorden y se diseminara el dolor hasta cubrirlo todo, una ráfaga de humo fétido capaz de entra 
en el alma hasta confundirse con ella para siempre. 

Entonces, justo entonces, ahí me quedo, en el momento en que supe que llevará toda la vida encontrar la forma de existir sin someterse ni hacer daño, pero que vale la pena: ni la mansedumbre ni la violencia pueden contra ese peso que cae sobre la espalda de todos desde que se termina el ínfimo tiempo en que está permitido vivir fuera de la ley según la cual lo enfermo habrá de ser salud y viceversa.

Estoy, por fin, entrando al torrente de la siesta donde me dormí
sin conocer todavía el soplo de ese mal en la frente, sin temerlo.
La niñez es un temporal que pasa rápido, y rápido hay que seguir la estela que dejó para no perderla. Si hay algo que está intacto tendrá que haber quedado ahí y hay que encontrarlo: el animal feliz que al llegar la crudeza del invierno se sintió acosado y solitario, y se metió en la sombra después de haber absorbido toda la luz, esa es la bestia castigada a la que hay que dejar suelta, ara que se cure las heridas sola, y sola salga a correr
hasta que pueda abandonar su ferocidad y su miedo monte adentro.

Claudia Masín 

Imagen:https://www.blogger.com/