viernes, 26 de marzo de 2021

Oda a la pantera negra

 

Hace treinta y un años,

no lo olvido,

en Singapore, la lluvia

caliente como sangre

caía

sobre

antiguos muros blancos

carcomidos

por la humedad que en ellos

dejó besos leprosos.

La multitud oscura

relucía

de pronto en un relámpago

los dientes

o los ojos

y el sol de hierro arriba

como

lanza implacable.

Vagué por las calles inundadas,

betel, las nueces rojas

elevándose

sobre

camas de hojas fragantes,

y el fruto Dorian

pudriéndose en la siesta bochornosa.

De pronto estuve

frente a una mirada,

desde una jaula

en medio de la calle

dos círculos

de frío,

dos imanes,

dos electricidades enemigas,

dos ojos

que entraron en los míos

clavándome

a la tierra

y a la pared leprosa.

Vi entonces

el cuerpo que ondulaba

y era

sombra de terciopelo,

elástica pureza,

noche pura.

Bajo la negra piel

espolvoreados

apenas la irisaban

no supe bien

si rombos de topacio

o hexágonos de oro

que se traslucían

cuando

la presencia

delgada

se movía.

La pantera

pensando

y palpitando

era

una

reina

salvaje

en un cajón

en medio

de la calle

miserable.

De la selva perdida

del engaño

del espacio robado

del agridulce olor

a ser humano

y casas polvorientas.

Ella

solo expresaba

con ojos minerales

su desprecio, su ira

quemadora

y eran sus ojos

dos

sellos

impenetrables

que cerraban

hasta la eternidad

una puerta salvaje.

Anduvo

como el fuego y como el humo,

cuando cerró los ojos

se hizo invisible, inabarcable noche.

 

Pablo Neruda


Imagen:https://www.google.com/

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