Oda
a la pantera negra
Hace treinta y un
años,
no lo olvido,
en Singapore, la
lluvia
caliente como sangre
caía
sobre
antiguos muros
blancos
carcomidos
por la humedad que en
ellos
dejó besos leprosos.
La multitud oscura
relucía
de pronto en un
relámpago
los dientes
o los ojos
y el sol de hierro
arriba
como
lanza implacable.
Vagué por las calles
inundadas,
betel, las nueces
rojas
elevándose
sobre
camas de hojas
fragantes,
y el fruto Dorian
pudriéndose en la
siesta bochornosa.
De pronto estuve
frente a una mirada,
desde una jaula
en medio de la calle
dos círculos
de frío,
dos imanes,
dos electricidades
enemigas,
dos ojos
que entraron en los
míos
clavándome
a la tierra
y a la pared leprosa.
Vi entonces
el cuerpo que
ondulaba
y era
sombra de terciopelo,
elástica pureza,
noche pura.
Bajo la negra piel
espolvoreados
apenas la irisaban
no supe bien
si rombos de topacio
o hexágonos de oro
que se traslucían
cuando
la presencia
delgada
se movía.
La pantera
pensando
y palpitando
era
una
reina
salvaje
en un cajón
en medio
de la calle
miserable.
De la selva perdida
del engaño
del espacio robado
del agridulce olor
a ser humano
y casas polvorientas.
Ella
solo expresaba
con ojos minerales
su desprecio, su ira
quemadora
y eran sus ojos
dos
sellos
impenetrables
que cerraban
hasta la eternidad
una puerta salvaje.
Anduvo
como el fuego y como
el humo,
cuando cerró los ojos
se hizo invisible,
inabarcable noche.
Pablo Neruda
Imagen:https://www.google.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario