martes, 15 de enero de 2019


La  perdiz 

Cesa un instante siquiera,
cesa, avecilla, en el canto,
y no traigas a los tuyos
con tu pérfido reclamo:
el mismo dueño a quien sirves,
te arrancó del nido amado,
te robó la libertad,
te desterró de los campos;
y por complacerte ahora,
de tanta crueldad en pago
a tu esposo y atus hijos
tú misma tiendes el lazo.
La voz del amor empleas,
brindas con dulces halagos,
cuando la tierra y el cielo
a amar están convidando;
pero entre tanto escondida
la muerte acecha a tu lado,
pronta a salpicar con sangre
las bellas flores del prado.
¡Ay! deja al hombre cruel
valerse de esos engaños;
llamar con voz alevosa
y vender a sus hermanos.

Francisco Martínez de la Rosa

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