El buey
Es
pesado; es tardío; y hasta cuando está suelto
parece que llevara algo de arrastro.
Camina torpemente,
como si siempre fuera uncido a la carreta;
como si le estorbara
el pedazo de sexo que le falta.
Camina torpemente pero jamás tropieza,
y entre sus cuernos en forma de cuna
parece que al andar acunara al Progreso.
Su pelo, negro o blanco, es opaco y es sucio;
en cualquier estación tiene pelo de invierno.
Su vida está partida en dos mitades,
como de arriba abajo:
de ternero a buey;
por eso
sin haber sido padre tiene mucho de abuelo.
De mañana, de tarde, se aburre a toda hora;
pero cuando se aburre más que siempre
en ausencia del hijo que nunca tuvo
se acaricia a si mismo con dos palmos de lengua.
Es tan inofensivo como su sombra
y a su sombra buena
procrean las palomas y los pájaros mansos
como riéndose de él.
Es bueno, más que bueno;
no tiene ni un pecado y sin embargo
se castiga los lomos con la cola
como con un cilicio.
El arado es su perro y es el yugo su cruz.
La claridad del día lo sorprende en el campo,
soplando humo de aliento a lo largo del surco.
Es tan madrugador, que todas las mañanas
por entre sus cuernos se levanta el sol.
Fernán
Silva Valdés
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